La vi a la entrada de la iglesia cuando cayó la tarde. El cielo apenas iluminado por unos rayos mortecinos de luz. Yo fumaba recargado en un árbol que estaba justo en el parque de enfrente. No había ido a confesarse, de eso estoy seguro, porque consultaba desesperada el reloj, y movía la pierna derecha en señal de impaciencia ; su largo cabello, oscuro, caía brillante sobre su espalda. Tengo la capacidad de alargar un minuto por horas, así que estuve horas contemplándola, admirando cada línea de su perfecto cuerpo, envuelto en ese vestido negro de satén, que apenas sí le llegaba a las rodillas, que no estaba muy ajustado, pero sus formas lo hacían ver así. Su vientre plano, sus pechos pequeños, sus piernas bien torneadas y unas zapatillas que hacían lucir sus muslos lascivamente. Lo más embelesante de esa imagen que yo deseé eterna, eran sus labios perfectos a contra luz y sus ojos cafés que me contaron historias infinitas. No podía leer su mente, a lo mucho, intuirla… Pronto se cansaría de esperar.
Traté de implantar un mensaje en su mente, una idea… Ella volteó inexplicablemente hacia donde yo estaba. El humo del cigarro hizo una cortina que ocultó por segundos mi rostro. Volvió a consultar su reloj por enésima y última vez, dio un golpe con su pie en el suelo y caminó hacia mí… No. Hacia el parque, Más bien. Sus ojos arrasados en lágrimas iban diluyendo la última historia de su corazón. Se sentó en una banca cercana y no lo pensé dos veces, me acerqué sigilosamente hacia donde estaba; también tenía la capacidad de no ser percibido, pero ella me sintió venir. Volteó despreocupadamente, su rimel corriéndose bajo sus ojos, no le importó… me miró como tratando de reconocerme, un poco perpleja, y a la vez un poco enrabiada. Se levantó de un salto y me tiró una bofetada que pude, pero no quise atajar. Dejé que me golpeara mientras me gritaba «¿Qué diablos te has creído haciéndome esperar tantos años?» y rompió en un llanto inconsolable que hacía siglos no escuchaba «¿Acaso no sabes todo lo que he pasado todo este tiempo…?». La abracé y apenas le susurré al oído:
-No podía morir y sabes que no debemos forzarlo… ¿cómo alcanzarte así? Después perdí el camino. Las cosas ya no son como antes. Uno ya no muere cuando quiere y sabes que si…
-Ni lo menciones. Entiendo… Estaba tan desesperada, incluso creí que jamás te vería de nuevo.
Se apartó de mí un momento y me dijo con esa voz que yo recordaba nítidamente y que muchas veces me desesperaba no volver a oír: «Bésame ya.»
Me acerqué a ella, sus ojos brillaban. Sus pupilas dilatadas me indicaron que deseaba aquel beso. Sus labios se abrieron, mordí su cuello. Cuando sintió mis dientes,me apretó fuerte contra su cuerpo. Aquel beso era un vínculo más fuerte; nuestras almas estaban unidas desde antes por algo que es difícil explicar pues casi todo lo vivido se olvida, y hoy nos reencontrábamos. La noche había caído de súbito. Nos seguimos besando mientras caminábamos abrazados, dejando que la luna llenara nuestros cuerpos de ansiedad.
Ella estaba en la cama, desnuda, impoluta, perfecta… Su cuerpo aguardando por mí, su alma se revolvía en ella nerviosa, queriendo salirse para reencontrarse con la mía para siempee. Tantos nombres en el pasado, tantas formas, pero su mirada inconfundible, su voz que nunca cambia, eran la marca secreta con que yo le reconocería en cualquier tiempo de esta eternidad….
-Cuando estaba lejos de ti, te recordaba de mil formas, pero tu mirada seguía despertándome en las madrugadas -le dije con mi pensamiento y ella sonrió. Me traspasó con sus ojos, leyó en la palma de mi corazón que decía la verdad.
-Ya no quiero padecer este sufrimiento de perderte cada vida… ¿Por cuántas vidas más…?
-Y yo no puedo olvidar la primera vez que nos encontramos…la poderosa fuerza con que me miraste y desde entonces ya no te pude sacar de mi mente. No temas, siempre te encontraré.
De fondo sonaba esa canción que tanto le gustaba, y yo la abracé contra mí, sentí la tibieza de su piel, ahora tan humana por un poco más… Sus besos me contaron a solas historia que ocurrieron mientras la encontraba.
Trato de explicarme «Tardabas tanto que me confundí entre si aquello había sido solo un sueño… me olvidé de casi todo, y me hice más a este extraño mundo. Pero ahora ya no importa… has llegado y nos encontramos otra vez.»
Cómo culparla; quizá yo hubiese hecho lo mismo.
Acomodó su largo cabello sobre la almohada, me miró como sólo ella sabe hacerlo y me dijo: si esto es un sueño,no me despiertes nunca. Esa noche me quedé escribiendo futuros que nadie puede entender, mucho menos tú que estás en medio de ellos. Y entonces, soñé con su cuerpo unido al mío de la forma que ningún humano puede unirse a otro, y descubrí constelaciones en su espalda, mensajes secretos, la runa perdida de su nombre antiguo…
A distancia de un beso oí su corazón latir en ocultos mensajes que no entendía… «mirada seductora»,dijiste,y te aparté con mis manos. Quería despertar, y cada vez que lo hacía, era solo para reencontrarme con su mirada, su largo cabello sobre la almohada mientras me decía: «Si esto es un sueño, no me despiertes nunca«
No sabía de ti y de mí hasta esa tarde en que, con un cuchillo de cocina, me corté por accidente; y después, por otro accidente, probé mi propia sangre y te vi…nos vi.
Tardé semanas en comprender porque después me vinieron sueños y bueno…pasaron 30 años. ¿puedes comprender éso?
Mis ojos se aguaron sin saber por qué… ¿cómo pasó tanto tiempo? Mientras yo escuchaba los llantos de un niño en la lejanía.Treinta años…treinta años… eso no es nada comparado con los siglos que hemos estado juntos, quise decirle, pero preferí callar. Su piel aún estaba tibia…el sol estaba a punto de estallar en el horizonte.
Volví a despertar y nuevamente estaba a mi lado, recostada, desnuda, terriblemente hermosa…
Antes que el sueño se repitiera con todo y confesiones, supuse que ya lo sabíamos ambos, y entonces continué la charla.
-¿Entonces no eres a quien yo busco en este mundo?
Se sentó rápidamente en la cama, me fulminó con la mirada, sus ojos cafés se tornaron rojos…y me dijo suplicante, atropelladamente:
-Mírame…mira mis ojos, no puedes decir que no soy yo. Siente mi sangre, estoy a la espera de que se detengan mis latidos y se enfríe mi cuerpo ¿y tú te preguntas si no soy a quien buscas?
Ya había caído antes en otras trampas…en otros tiempos.
Me levanté y ella vio el tatuaje en mi espalda…se acercó a mí y me abrazó por detrás.
La abracé contra mi pecho, acariciando su cabello olor a uvas, sintiendo su piel apenas fría. Su corazón latía lentamente…sus ojos arrasados en lágrimas, su pecho agitado. Sabía que era una despedida sin remedio.
Como pudo, articuló unas palabras más con voz ronca por el llanto…
Ella no me lo dijo, pero yo sabía que se llama Rosario…Rosario la niña de 30 años, del cabello largo y una sonrisa encantadora. y me gustó su nombre, que grabé en mi memoria con fuego.
Y la oscuridad se vino de golpe sobre mis ojos. No sé cuánto tiempo pasó. Cuando desperté fumaba un cigarrillo en un parque extraño frente a una iglesia. Aguardaba la llegada de mi ángel…otra vez.
A Rosario, de «Memorias de un soñador»® Por D. Clint