«Sintigo y sin mí»


Mira, yo lo sé, aunque tú lo sabes mejor que yo -pero por alguna razón yo estoy más seguro que tú-, que ésta será la última vez que te vea.
Estamos ahí: los dos juntos (pero tú más bien en otro lado); tu mente divagando, mirando el reloj, revisando tu celular…¡Sabrá el diablo qué cosas lees! Tu espalda perfecta, tu cuerpo desnudo sobre la cama, y yo cuento tus vértebras mientras de pie te contemplo desde el espejo de aquella habitación sin número.
Intento acercarme… yo cierro los ojos para evitar ver el ridículo que hago mirándote todavía enamorado. ¡Já! Sí, enamorado, perdidamente enamorado. Pero me resisto a ese impulso; qué más da, esto es solo un sueño.
Mira, yo sé que los dos sabemos que en breve despertaremos. Quizá en 22 días más, encontrarás la excusa perfecta para hacerte la desentendida y olvidarás una cita. Fingirás que olvidaste la hora o sufrirás un ataque desmemoriado, pero tu engañosa mente dirá que sí estuviste ahí a la hora acordada, aunque yo haya llegado con veinte minutos de anticipación y jamás te vi.
Pero es un sueño, no debo olvidarlo.
Me miro, nos miro abrazándonos desesperadamente, como si aquello tuviese una prisa inusitada por terminar con el año… Es 30 de diciembre. «¿Qué, la gente no tiene otra cosa que hacer?», te escucho decir divertida, como si aquello fuera un chiste genial que nos incluye. Tu voz rebotando en la pared, como en una gruta milenaria, vacía, o llena de ausencia, porque estás, pero tu mente anda en otro lado, tu corazón… la verdad no sabría decirlo. Quizá siempre me engañé y nunca estuviste en realidad conmigo.

Me miro sentándome a tu lado. Tú recostada en la cama, envuelta en una sábana blanquísima, que los dos nos ocupamos de revolver…Te canto una canción que te escribí cuando nos conocimos; te digo que es mi canción más bonita, y tú lloras porque dices que nadie te ha cantado antes…Te beso. Nos miro en la penumbra: tú clavándome las uñas o los dientes, lo que esté a la mano; yo te pido que me tatúes el alma, pero tú solo logras alcanzar mi piel y no llegas más adentro.
Yo anhelo vivir una vida contigo, veo mis ojos ilusionado y me doy pena. Te hablo un poco de aquella playa en que sueño abrazarte por una noche mientras el mar nos arrulla. Te cuento de mis ganas de vivir una vida común contigo…Es un sueño; río porque me veo tan iluso. Tú me das muchos “” que no piensas, que sabes que no son reales porque creo que desde el principio me viste dormido y te metiste en mi sueño para saber qué se sentía meter los pies en el agua tibia de esta historia en la que yo vivía sin ti, pero feliz hasta entonces..
Me veo tomándote fotografías con dos viejos libros bajo el brazo, bajando la escalera de una habitación mientras me sonríes… Nos sacamos varias fotos abrazados, porque queríamos convencer al sueño de que todo aquello es realidad, pero no lo era.
Hay una canción de fondo sobre la cama y entonces veo nacer el beso más dulce, más tierno, más sincero y profundo que jamás di en muchos años…Yo quiero aprisionar ese instante, me veo comparándolo con el primero, pero no tiene comparación, y tú lo sabes: te olvidaste de ése o lo cambiaste por muchos otros…tal vez.
Mira, estamos en tu auto riéndonos y cuando te quedas seria, me dices que tienes una vida complicada… Tengo tu voz grabada nítidamente en mi memoria; tu voz grave e imperativa a veces, y tu rostro en el corazón; tus labios secos, partidos por el estrés… «Padezco bruxismo», me dices para que yo entienda que debes ir con el dentista. No era solo eso, creo que los…no sé cuántos comprimidos de ketorolaco al día, hicieron que aquel «Yo jamás lastimaría algo tan hermoso como tu corazón», se te convirtiera en una colitis insoportable, al punto de la mentira que casi te mata antes de irte de mi lado.
No sé por qué lloras. Te veo llorar, pero no entiendo la causa. Es un sueño, aquí puede pasar cualquier cosa: cambiar de lugar y regresar al mismo en dos escenas. Aquí pueden mezclarse las conversaciones y se pueden prometer las cosas más inverosímiles.
Con una aparente sinceridad inaudita e inexorable., te escucho decirme a mí – el que está frente a ti, mientras yo guardo silencio-: «Te amo». Y me observo creyéndolo, porque me ha parecido que es la única vez que alguien lo dice desde lo más profundo de su corazón…aunque sea en un sueño. Lo más sincero que un día me escribiste fue un “No quiero estar sintigo” que me derritió el alma.
Me miro otra vez abrazándote en una habitación en penumbra. Afuera llueve, es una tarde triste y mortecina que languidece; hay un reloj que no se detiene, las horas marcadas, la sentencia fatídica, y yo ahogando el llanto en una almohada. Creí que eras tú quien debía llorar, pero no, he sido yo quien lo hizo finalmente. He aceptado tus palabras y me das un plazo que no se puede cambiar, y siento cómo algo se quiebra dentro de mí; siento cómo me ahogo y trato de encontrar una salida, pero a cada solución, un pretexto tuyo más grande, más poderoso, no me dejaba seguir.
Yo no debí acudir jamás a aquella cita, pero le hice caso al horóscopo, a la borra del café, a las líneas de mis manos llenas de tinta, y ahora me veo aguardando tu llegada en un auto negro. Tu cara de sorpresa… Juras que yo hice un gesto de desagrado; no fue así. No quieres mirarme a los ojos, ruborizada, y yo sentí que volvía a vivir cuando te vi la primera vez. Amanecimos muchas veces juntos. Aquel primer beso fue mi perdición y mi locura.
Me miro de pie, junto a la ventana de uno de tantos lugares que conocimos; miraba el amanecer y tú dormías. Te miro mientras duermes plácidamente, acaricio tu cabello, y te digo algo que jamás oyes porque estás dormida…
Luego estás llorando de rabia, tratando zafarte de mis brazos porque no te gustó algo que dije… Era desesperante la muerte a cuentagotas. A veces pienso que solo era un ensayo de la partida definitiva… Nunca quería dejarte ir, nunca quise, y todas esas veces, mi corazón se quebró un poco más. A veces pienso que no te fuiste; que solo me echaste de tu vida.
Ésta es la última vez que te veo y lo supe cuando terminaste de peinarte y abandonaste la habitación. Me fui contigo, pero yo, el que escribe, me quedé ahí, esperando el amanecer del último día del año. Recogí tus últimas palabras, tu último beso, tu último adiós, el aroma de tu piel, tus miradas; miré mi pecho y vi tu mordida que jamás tocó mi alma…
Te fuiste esa noche, y jamás te volví a ver. Esa canción sigue sonando en mi voz, pero tu recuerdo, cada día que pasa, se va diluyendo. Tenías prisa por irte, aunque dijiste que esperara. Sé que no me lo decías a mí, porque nunca regresaste.
Todas las disertaciones políticas y tus punto de vistas se fueron contigo, tus ideales y tus propuestas de derecha se las llevó el viento, y yo me quedé, sintigo, y sin mí… Decías que el PRI no ganaría, pero olvidaste que la mentira es lo que impera en este país y ellas siempre se salen con la suya. Yo no tengo postura política, yo no existo; solo soy un observador en esta historia.

Desperté al amanecer sintiendo el cuerpo quebrantado, y tu aroma en mi piel todavía fresco. Te busqué a mi lado, busqué tus sonrisas, tu historia, tus promesas, tus mil y un “” aventurados rebotando en mi mente, y solo estaba yo y todas las ilusiones en una maleta…Todo fue un sueño, y lo supe hoy, al despertar.
Todavía vuelvo la mirada en la soledad de mi cama, y me veo acariciando tu cabello y diciéndote una y otra vez al oído, como una película que se repite infinitamente, mientras duermes: «eres solo un sueño que pasará...».

De “Confesiones de Papel” ® Por: D. Clint


Deja un comentario